miércoles, 2 de enero de 2008

PILETA 3, OSAKA. COCONOL

La pileta de Osaka le hizo honor al resto de las experiencias en esa ciudad…
Se llamaba Chuo- ku, o sea, edificio central. Digamos que se trataba de una especie de Coconor techado. Una pileta gigante con ocho andariveles de diferentes profundidades. Dos de ellos dedicados a las clases de natación para aplicados niños japoneses que saludaban a sus profesores con reverencias y decían “hai” al oír sus nombres cuando el instructor pasaba lista. Adentro de la pileta, todo era igual que en cualquier parte, chicos aprendiendo a nadar, pataleando, salpicándose. A la salida, en ordenada formación, volvían a aplicarse para pasar por los bebederos en donde el instructor les manguereaba agua sin cloro sobre los ojos y cada uno dejaba en perfecto orden sus salvavidas de telgopor y flota flotas.

Como en todas las demás piletas japonesas, un par de andariveles eran destinados al aqua walk y el resto para los cientos de nadadores que nos amontonábamos para ir volver de un lado a otro. Detrás de esta pileta central, los piletones de hidromasaje, con varias versiones de chorros relajantes. Y más atrás, el jacuzzi, tipo on-sen (baños termales) y la casilla de sauna. Estas dos últimas, características comunes a todas las piletas de la zona. Unos diez guardavidas controlando. Unas ocho cámaras filmando. Una campana que sonaba de vez en cuando y que nunca entendí qué corchos anunciaba. Unos vestuarios con duchas en las que no se permitía el uso de jabón o champú. Y el momento dramático infaltable. En este caso, las duchas de acceso.

Había carteles indicando (con dibujos fácilmente interpretables) la obligación de ducharse antes de entrar a la pileta. A tal fin, el pasillo por el que se entraba estaba cubierto por duchas. El primer día, vi pasar delante de mí a dos o tres señoras que fueron regadas instantáneamente al activarse el sensor que encendía dichas duchas. Sensor evidentemente estropeado, o bien calibrado para orientales, ya que cuando llegó mi momento de ingresar al natatorio, atravesé la zona sin ser siquiera salpicada, aunque una vez abandonado el pasillo todas las duchas se encendieron al unísono regando la nada. Retrocedí, entonces, para ducharme y en el instante en el que volví a quedar debajo de las duchas, éstas se apagaron. Al salir, por supuesto, volvieron a encenderse. Repetí mi número de la Pantera Rosa unas dos o tres veces obteniendo siempre el mismo resultado. Razón por la cual, a partir de ese momento, antes de ingresar al natatorio, me duché en las duchas del vestuario. Las mismas que usaba luego para enjuagarme el cloro sin jabón y sin champú, claro.

Lo más lindo de la pileta de Osaka era que la cuota mensual se pagaba en una máquina y que te daban un carnet tipo los del club del barrio de la infancia. Tenías que entregarlo antes de entrar, a uno de los guardavidas que estaba sentadito en una mesa y al salir le decías tu nombre para que te lo devolviera. Eso era lo que más me gustaba, salir con el pelo hediendo a cloro y decirle al guardavidas de turno: “Tamara - san des”. Me encanta hacerme la que hablo japonés.

(Mensaje para, por ejemplo, mi mamá: Para ver las fotos más grandes hay que clickear sobre las mismas).

Entrada al natatorio. Entre esas bicis estaba la mía, el día que me hicieron la multa por mal estacionamento. Después descubrí que la pileta tenía garage.


Máquina vendedora de cuotas mensuales

Cuotas mensuales. Fácil , ¿no?

Coconol en un excepcional día desierto.

Las duchas enmandingadas

El carnet.
Véase:
1-Encima del nombre, su equivalente escrito en kanji.
2- La fecha de vencimiento: 10/10/19, el 19 sería el 2007 contado en eras Heisei.
3- El precio de la cuota mensual de 4.900 yens (unos 50 dólares, bastante barato).
4- El plastificado de mentira al estilo tercer mundo.

martes, 1 de enero de 2008

JAPOFIESTAS

Dos meses antes de navidad, la ciudad ya estaba decoradísima con luces, arreglos navideños y toda la serie de cotillones alusivos. Algunas personas y hasta animales vestían a tono con las festividades. El edificio de oficinas de enfrente de mi casa dejaba encendidas por la noche las luces de algunas de sus oficinas, de modo que se dibujara un arbolito navideño con las ventanas iluminadas (imagino al tipo sentado delante del plano del edificio, haciendo marquitas en las oficinas que debían quedar encendidas… “la 104, la 105, la 106, la 107, la 205 y la 206, la 3…, hay no, cagué, cómo hago para que me quede una en el medio”…) Las grandes tiendas como Tokyu Hands y Loft (lugares ideales para comprar cualquier tipo de cosa, pero cualquiera, cualquiera), disponían de un piso entero dedicado a los arbolitos naturales, de plástico, o de fibra óptica, los adornos, los papá noeles bailarines o rellenos de bombones, las lucecitas y las guirnaldas. También en el mismo piso se le dedicaba una enorme porción de superficie a la zona de disfraces, de Papá Noel, de sexi Mamá Noel y de reno… sí, de reno. La sección de tarjetería desbordaba de salutaciones navideñas de todas las formas, colores y tamaños. La de envoltorios de regalos (un día tengo que escribir un apartado sobre los envoltorios de regalos, tienen toda una artillería montada para hacer los más hermosos paquetes de regalo, preciosísimos y fáciles de armar), en este caso, todos en colores rojo y verde con dibujos alegóricos, llenaban las góndolas. Miles, pero miles enserio, miles de personas comprando regalos, que las cajeras envolvían con colores navideños. Cola para acceder a las escaleras mecánicas (organizadas por coleros del primer mundo, otros que merecen un capítulo aparte). El supermercado de delicatesen importadas en el que compro la polenta, el salamín y el dulce de frambuesa vendía Panettone italiano. Todo divain, la maquinaria navideña desplegada en todo su esplendor… Salvo por un detalle… acá no festejan la navidad…
La navidad viene a ser como lo que sería un Halloween para nosotros. Nada ocurrió el veinticuatro de diciembre a las doce, salvo que se terminó la fiesta que organizó el circo ya que el salón cerraba a esa hora. Así que en vez de brindis, hubo retirada. Doce cero cinco, estábamos todos en la calle despidiéndonos hasta mañana. La calle en silencio, las luces apagadas.
El veinticinco, los pisos de Loft y Tokyu Hands dedicados a las fiestas habían desaparecido, en lugar de arbolitos había gorritos de invierno y bufandas. El Panettone del supermercado de delicatesen que quería comprar para año nuevo ya no existía. No more christmas. Fue la navidad.

Para el treinta y uno, los negocios vendían unos adornos de bambúes y hojitas, con cintas de colores, colocados encima de una base redondeada, que un día confundí con un postre oriental desconocido y compré en el supermercado. Al respecto puedo decir que dicha base sabe a cera y que se derrite si uno la pone en el microondas tratando de descubrir si se trata de un postre que requiere de cocción. Algunas casas y negocios, el treinta y uno tenían estos adornos sobre la puerta. El año nuevo acá sí que se festeja, aunque los años se cuentan diferente. Acá cada emperador, al asumir le pone un nombre a su era y los años empiezan a contarse a partir de su asunción. El 2008 sería en Japón el año 20 de la era Heisei. A las doce se va a los templos a rezar. Tocan ciento ocho gongs, cada uno por cada palabra de la oración. Nosotros nos juntamos con amigos a cenar en un departamento. A las doce le tocamos el timbre a los vecinos de al lado, amigos también y hubo salutaciones varias en el pasillo hasta que el personal de seguridad vino corriendo a exigir silencio. Silencio en el pasillo y silencio en la calle. Y silencio en los balcones, también vigilados desde abajo por la gente de seguridad. Ni medio petardo. Ni un chasquibúm. Ni una estrellita. A la una las calles estaban vacías. También a las dos. El año nuevo por estos lados empieza con mucho silencio.
¡Salú y buen año para todo el mundo!






Mi arbolito: