sábado, 29 de septiembre de 2007

PERDÓN MONSIEUR PROUST

Después de tres meses de estar hirviéndonos en un baño de vapor a treinta y ocho grados, Okaka de pronto, nos sirvió el otoño.
Ayer tuvimos los treinta y ocho reglamentarios y el vaho nuestro de cada día (el que –literalmente - ablandó las hojas de todos mis libros, llenó de hongos las tapas de las valijas y pringó las sábanas de la cama). Y hoy amaneció con veintiuno, los vapores disipados y una lluvia grisácea de lo más sugerente.
Así que no agarré la bici para ir a la pileta. Me puse las ojotas y salí a la calle, que parecía otra, a chancletear los dedos fríos después de tanto tiempo.
Y, como si esto solo no bastara para devolver un poco de la vida que el verano nos había derretido, una bandada de estudiantes pasó caminando por al lado mío y me dejó una fragancia a Beldent de menta que todavía me emociona. Me parece que el vaho espesaba los olores. Y volver a sentir un olor fresco y además porteño, hizo desperezar a mis papilas olfativas. Si hubiera sido Proust, por ahí habría empezado a encontrar mi tiempo perdido. Pero como no soy, seguiré chancleteando por Japón a dedo suelto, con la humilde esperanza de que un día andando con mi bici, me encuentre de repente, pedaleando por el camino de Chu-ann.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA

Hoy fui a la panadería y me envolvieron la baguette entre dos empleadas. Mientras una sostenía la baguette con una pinza, la otra le calzaba la bolsa de papel. Una vez calzada la bolsa, la que antes sostenía la pinza, se ocupó de doblar la punta sobrante de la bolsa que después la otra empleada pegó con cinta skotch.

En el supermercado “Saturn” de Sendai y en el “Takashimaya” de Osaka, envuelven cada frasco de vidrio en nylon con burbujitas. Mermelada, aceitunas, aceto, aceite, salsa de soja. Para cada tamaño de frasco, un tamaño de nylon. Los distintos tamaños de nylon se sacan de unas latas, que son rellenadas permanentemente por una empleada que se dedica a cortar con una tijerita cachos de nylon de todos los tamaños.

En todos los supermercados envuelven los siempre libres, carefrees y tampones en bolsas de papel madera, que meten luego adentro de otra bolsa. No sea cosa que de afuera se sospeche el contenido.

Las botellas de vino son forradas con esa especie de papel de telgopor que no sé cómo se llama.
Las peras, los mangos y los pomelos vienen recubiertos de un enrejado del mismo telgopor que el de los vinos.
Y todos, absolutamente todos los productos de heladera, se acompañan con una bolsita de hielo que los vendedores le adosan cuando los envuelven.

Y hay más.

martes, 25 de septiembre de 2007

PILETA 2, SENDAI

COSAS QUE NO ENCAJAN

Mi segunda pileta fue la de Sendai, que también fue la segunda ciudad japonesa en la que vivimos. Y la ciudad en donde se nos acabaron las provisiones básicas. Es decir, los champúes, desodorantes, cremas y otras cosillas que habíamos traído con nosotros. Sendai fue la ciudad en donde nos enfrentamos face to face con la dificultad de satisfacer nuestras necesidades. En donde las diferencias culturales dejaron de resultar simpáticas, para resultar difíciles en todas sus graduaciones hasta alcanzar las más hostiles. En Sendai tuve que comprarme pescadores de hombre. Y probar unas cinco marcas de champués diferentes, que fueron acumulándose en la repisa de la ducha porque cada vez que los tiraba a la basura, las mucamas del hotel volvían a colocarlos en su sitio. Compré un montón de cremas para manos (en el mejor de los casos), pensando que serían para el cuerpo, mientras la piel se me iba descamando, deshidratada por la sequedad del clima. Y, una vez que acerté con la crema adecuada, empezó la temporada de lluvias, que humedeció tanto el ambiente con sus dos meses de garúa continuada, que la crema resultó una sobredosis. En Sendai conocí las calles bajo techo. Y los señores que trabajan de gritar en la puerta de los negocios. Los perros vestidos de Minnie. Y las lencerías que venden bombachas para culos planos. Sendai fue la ciudad en donde comprendí que algunas cosas no encajaban. Y la experiencia más gráfica me la proveyó mi primer día de pileta.














Ya me había parecido curioso que el día que había ido a averiguar, la recepcionista, que no hablaba palabra de inglés, en un esfuerzo denodado por explicarme algo, había sacado de debajo del mostrador un pedazo de puerta de un locker y había intentado mostrarme cómo hacer girar la llave dentro de la cerradura... Creo que lo que siguió fue un castigo de Buda por suponer livianamente que el gesto no era más que otra demostración de la obsesión nipona por explicarlo todo.

Mi primer día de pileta, después de cambiarme, metí mis cosas adentro de un locker del vestuario, cerré la puerta y busqué la rendija para insertar la moneda y liberar la llave. No existía tal rendija. Después de revisar al detalle la puerta por afuera, me puse a buscar por la parte de adentro. Ahí sí había una rendija. No tenía el tamaño exacto de una moneda pero, en todo caso, parecía apropiada para la introducción de algo. Revisé las instrucciones en japonés que estaban escritas por debajo, pero no pude distinguir ningún número ni símbolo de yenes que indicaran el valor de la moneda a introducir. Como mi sentido común nunca descansa, inferí que como en todos los lockers de la zona, la moneda apropiada sería la de cien yenes (que además tiene en la cara unas florcitas que son una delicatesen). Me sorprendió un poco que, con toda esa precisión que los caracteriza, los japoneses hubieran hecho una abertura tan alargada y finita para meter una simple moneda. Sin embargo encajé la moneda y, como se resistía, la empujé con fuerza. La moneda se atoró mitad de camino. Volví a empujar. Nada. Transpiré. Tragué saliva. Tironeé de la moneda en sentido contrario. Ningún resultado. Transpiré más, por todas partes (ya he mencionado la ineficacia de los desodorantes ponjas). Estaba a punto de agarrar mis cosas, salir corriendo y empezar a averiguar en dónde había otra pileta, cuando una señora entró al vestuario y ocupó el locker de al lado mío. Mientras la señora se cambiaba yo buscaba cosas inexistentes adentro de mi mochila, haciendo gala de mi arte del disimulo, mientras relojeaba a la señora de costado. Cuando terminó de cambiarse y acomodarse las tetas postizas de la malla, la mujer sacó del monedero una tarjeta magnética igual a la que me habían dado a mí en la entrada y la metió en la ranura … ¡magic!

Ni bien la mujer salió del vestuario yo agarré mis cosas y, siempre disimulando (no sea cosa que las cámaras, watchers y todo el tipo de controladores que imaginaba mi paranoia de Normita me estuvieran observando), caminé hasta la punta opuesta del vestuario y metí la mochila adentro otro locker. Mi tarjeta magnética funcionó prefecto. Mi paranoia, no. Me fui a nadar temiendo que en cualquier momento alguien me tocara el hombro para cobrarme una multa por destruir los bienes del gimnasio.

Nadie me cobró ninguna multa. Cuando volví al vestuario la moneda ya no estaba atascada en la rendija. Alguien había logrado empujarla para adentro y se la veía (la cerradura era de plástico transparente), moviéndose suelta por el interior de la puerta…Cosas que no encajan… Todavía espero la mano amiga que me empuje para adentro de estos lares y poder moverme un poco suelta en esta tierra que definitivamente no está hecha a mi medida.

domingo, 16 de septiembre de 2007

NADAR

Porque nadar tiene tanto que ver la nada.
Porque el bajoagua invoca a la soledad más absoluta.
Porque bajo el agua es posible escucharse por adentro en un sentido descarnadamente no poético. La respiración. Los ruidos de la panza. Los clacks de las rodillas y las ingles.
Porque cuando nado no toco el piso pero igual avanzo. Y mi cursilería cree que vuelo en la espesura.
Porque soy un pez de piscis.
Por todas esas cosas, cada una de las piletas en las que me zambullo, lleva el nombre de la nada en la que nado.


PILETA 1,Tokio:
Konami Sports o “La felicidá”:


Obviamente no fue fácil encontrarla.
Tuve que averiguar en dónde había una que quedara cerca de mi casa. Los conserjes de hoteles suelen ser buenos para eso, hablan inglés y conocen el barrio. Tuve que memorizar el nombre Konami Sports mientras atendía las indicaciones del conserje que me señalaba un punto a la lejanía y me decía el nombre de la estación de subte al que correspondía. Tuve que buscar infructuosamente por los alrededores de dos de las salidas de la estación. Tuve que desistir de buscar por los alrededores de las otras ocho salidas. Tuve que buscar en internet el nombre del gimnasio sin estar segura de que fuera Konami, Kolani o Komani Sports. Tuve que descifrar el mapa en Japonés de la página web y reconocer las formas de las calles en mi mapa angloparlante (en todo Japón no hay manera de orientarse sin un mapa, las calles no tienen carteles con los nombres, ni hay números en las entradas de las casas. Sólo los carteros conocen las direcciones. Cuando alguien quiere indicar en dónde queda alguna cosa, entrega un mapa de la zona señalando referencias, es la única manera y es así para todo el mundo). Tuve que recorrer de ida y de vuelta las coordenadas marcadas en mi mapa. Mirar cada una de las puertas, los negocios, los edificios. Tuve que preguntarle a los vecinos, entrar en tiendas. Tuve que seguir sus señas que indicaban siempre el mismo punto, en donde no se dejaba ver ningún Konami. Tuve que creer que Konami Sports no existía. Y tuve que cruzarme y encarar como último recurso, a esa florista tan amable, que tuvo la feliz idea de dibujarme un mapa señalando el mismo punto que todos me habían indicado, pero escribir “B1”, al pie del papelito. B1. Primer subsuelo. Edificios que parecen de oficinas, están habitados por negocios, bares, restaurantes, peluquerías… y también gimnasios...


Konami Sports, o La felicidá fue mi primera y más querida pileta japonesa. Para asociarme tuve que llenar un formulario mucho más complicado que los que completé para conseguir la visa. Pero lo logré…Nadé chocha en esa pileta que, como todas las de Japón tiene más andariveles para caminar que para nadar. También conseguí nadar sin cerrar los ojos sobre la zona de buceo que tiene cinco metros de profundidad, todos de golpe, y hasta pude disfrutar de las burbujas que subían de los tubos de oxígeno. Sequé la malla en el secamallas eléctrico. Me duché con las duchas dosificadas que tiran agua durante diez segundos después de mover una palanca, y empapé la toalla por darle codazos no intencionales a la misma palanca. Entendí que acá no se entra a los vestuarios con zapatos. Y que tanto zapatos como bolsita con jabón, champú y toalla, pueden dejarse en estantes sin miedo a que nadie te los robe. Que los guardavidas son igual de langas en cualquier parte del mundo. Que nadie te pasa en la pileta aunque estés nadando a velocidad tortuga. Que las japonesas prefieren usar mallas de dos piezas consistentes en una remera y una calza que cubren todo, todo, todo; pero que no tienen ningún pudor en exhibirse y pasearse desnudas dentro del vestuario, tengan la edad que tengan. Que se puede nadar en cualquier idioma. Y sobre todo, me deleité oyendo, entre brazada y brazada, la versión en japonés del tema de Palito Ortega “La felicidá, a, a, a, a”, que usaba la profesora de aquawalk para hacer caminar a sus alumnos en el andarivel de al lado.






sábado, 15 de septiembre de 2007

viernes, 14 de septiembre de 2007

viernes, 7 de septiembre de 2007

GENTE













El amontonamiento es intencional. Así es siempre por la calle. Hay más, mucho más. Aparecerán en próximas entregas.
El efecto visual que provocan al ojo occidental, atonta y debilita. Gol emocional del equipo de oriente.
JAPÓN: 4 ARGENTINA: 3

lunes, 3 de septiembre de 2007

OTRO GOL

El helado de té verde tiene gusto a helado de mate amargo con azúcar, no sé si me explico.
Y el de dulce de leche tampoco es que sea un Freddo... Ese color blancuzco sabe a lo que parece, pero adentro se pueden encontrar unos chorrajos de dulce de leche verdadero que hacen que valga los 280 yens que cuesta. Los alemanes no entienden nada de helados, pero este punto sigue siendo para nosotros.


JAPÓN: 3 ARGENTINA: 3

sábado, 1 de septiembre de 2007

CHANCHO LIMPIO...

Como en todos los hoteles del mundo, en los de Japón está prohibido cocinar en las habitaciones. Nosotros, que somos unos piolas bárbaros, desde que empezamos la gira, tenemos un wok eléctrico (que acá en Japón por cuestiones de voltaje, tuvimos que cambiar por una olla eléctrica), que usamos para cocinar absolutamente cualquier cosa, en absolutamente cualquier hotel en el que vivimos. Hasta ahora no habíamos tenido ningún inconveniente aunque mi paranoia de Normita (cumplidora de normas), nunca me dejó cocinar con la conciencia limpia.

La semana pasada estábamos cocinando unos bifecitos de cerdo, cuando sonó el teléfono de la habitación. Atendí y escuché del otro lado la voz de la señorita de la recepción diciéndome que el detector de humo de nuestra habitación estaba sonando. Horror. Conteniendo un panic attack, le dije a la señorita que en la habitación no había ningún humo, mientras empezaba una desesperada seguidilla de gestos dirigidos a Cachi, que consistían en señalar la olla sacudiendo la mano… gesto que Cachi, usando toda su imaginación, podría interpretar, a lo sumo, como un “Hola olla”. Mientras tanto la señorita del otro lado del teléfono me anunciaba que iban a tener que subir a chequear la habitación…Yo le repetía maníacamente, intentando hacer tiempo mientras seguía con las señas, que no había ningún humo en los alrededores...Obviamente en vez de ese carnaval de gestos incomprensibles, hubiera sido mucho más efectivo decirle a Cachi en castellano lo que estaba pasando… Finalmente, la señorita me dijo que aunque no hubiera ningún humo, subirían a cerciorarse ellos mismos. Corté el teléfono al grito de ¡suben! ¡suben! y nos pusimos a esconder todo a toda máquina.

De la recepción a nuestro cuarto se tarda en llegar aproximadamente dos minutos, tiempo durante el cual: Cachi metió la olla con los bifecitos adentro del baño, yo tiré al piso todos los elementos de cocina y los tapé con un pareo, prendí un sahumerio, abrimos las ventanas, pusimos el aire acondicionado a mil, yo puse la tostadora eléctrica arriba de la mesa porque consideré el delito de tostar pan, mucho menos grave que el de cocinar bifes de cerdo, Cachi no estuvo de acuerdo y la volvimos a esconder, tiramos desodorante de ambiente, Cachi se prendió un pucho, yo me senté en el sillón con cara de good guest y…sonó el timbre.


Cachi abrió la puerta y se quedó parado, cuan grandote es, delante de la entrada, fumando como un condenado…como un condenado a fumar mucho. El señor de seguridad, que venía acompañado de la señorita de recepción, asomó la cabeza y miró hacia adentro de la habitación. Hizo el ademán de entrar, pero, como Cachi no se movió de la puerta y acá son taaaaaaan respetuosos, desistió de la operación. Después miró el pucho que Cachi fumaba frenéticamente. Le dijo algo en japonés a la señorita de recepción. La señorita de recepción le preguntó en inglés a Cachi si estaba fumando (¿?)... Cachi dijo que sí. La señorita de recepción le dijo “hai” al señor de seguridad. El señor de seguridad le dijo algo en japonés a la señorita de recepción y la señorita de recepción le dijo en inglés a Cachi, que debió ser eso lo que activó la alarma…Señorita y señor pidieron disculpas sumisamente, hicieron sus consabidas reverencias y se retiraron avergonzados hacia sus respectivas cuevas. Cachi cerró la puerta y entró a la habitación, haciendo un movimiento con brazos y pelvis, que expresaba sin lugar a confusión, su procaz significado… por algo el que trabaja en el circo es él.

Terminamos de cocinar los bifecitos y nos los mandamos acompañados por un Terrazas Malbec (“Marubec” en ponja) para celebrar el triunfo.

¡Golaaaaaaaaaaaaaaazo!

JAPÓN: 3 ARGENTINA: 2