martes, 25 de septiembre de 2007

PILETA 2, SENDAI

COSAS QUE NO ENCAJAN

Mi segunda pileta fue la de Sendai, que también fue la segunda ciudad japonesa en la que vivimos. Y la ciudad en donde se nos acabaron las provisiones básicas. Es decir, los champúes, desodorantes, cremas y otras cosillas que habíamos traído con nosotros. Sendai fue la ciudad en donde nos enfrentamos face to face con la dificultad de satisfacer nuestras necesidades. En donde las diferencias culturales dejaron de resultar simpáticas, para resultar difíciles en todas sus graduaciones hasta alcanzar las más hostiles. En Sendai tuve que comprarme pescadores de hombre. Y probar unas cinco marcas de champués diferentes, que fueron acumulándose en la repisa de la ducha porque cada vez que los tiraba a la basura, las mucamas del hotel volvían a colocarlos en su sitio. Compré un montón de cremas para manos (en el mejor de los casos), pensando que serían para el cuerpo, mientras la piel se me iba descamando, deshidratada por la sequedad del clima. Y, una vez que acerté con la crema adecuada, empezó la temporada de lluvias, que humedeció tanto el ambiente con sus dos meses de garúa continuada, que la crema resultó una sobredosis. En Sendai conocí las calles bajo techo. Y los señores que trabajan de gritar en la puerta de los negocios. Los perros vestidos de Minnie. Y las lencerías que venden bombachas para culos planos. Sendai fue la ciudad en donde comprendí que algunas cosas no encajaban. Y la experiencia más gráfica me la proveyó mi primer día de pileta.














Ya me había parecido curioso que el día que había ido a averiguar, la recepcionista, que no hablaba palabra de inglés, en un esfuerzo denodado por explicarme algo, había sacado de debajo del mostrador un pedazo de puerta de un locker y había intentado mostrarme cómo hacer girar la llave dentro de la cerradura... Creo que lo que siguió fue un castigo de Buda por suponer livianamente que el gesto no era más que otra demostración de la obsesión nipona por explicarlo todo.

Mi primer día de pileta, después de cambiarme, metí mis cosas adentro de un locker del vestuario, cerré la puerta y busqué la rendija para insertar la moneda y liberar la llave. No existía tal rendija. Después de revisar al detalle la puerta por afuera, me puse a buscar por la parte de adentro. Ahí sí había una rendija. No tenía el tamaño exacto de una moneda pero, en todo caso, parecía apropiada para la introducción de algo. Revisé las instrucciones en japonés que estaban escritas por debajo, pero no pude distinguir ningún número ni símbolo de yenes que indicaran el valor de la moneda a introducir. Como mi sentido común nunca descansa, inferí que como en todos los lockers de la zona, la moneda apropiada sería la de cien yenes (que además tiene en la cara unas florcitas que son una delicatesen). Me sorprendió un poco que, con toda esa precisión que los caracteriza, los japoneses hubieran hecho una abertura tan alargada y finita para meter una simple moneda. Sin embargo encajé la moneda y, como se resistía, la empujé con fuerza. La moneda se atoró mitad de camino. Volví a empujar. Nada. Transpiré. Tragué saliva. Tironeé de la moneda en sentido contrario. Ningún resultado. Transpiré más, por todas partes (ya he mencionado la ineficacia de los desodorantes ponjas). Estaba a punto de agarrar mis cosas, salir corriendo y empezar a averiguar en dónde había otra pileta, cuando una señora entró al vestuario y ocupó el locker de al lado mío. Mientras la señora se cambiaba yo buscaba cosas inexistentes adentro de mi mochila, haciendo gala de mi arte del disimulo, mientras relojeaba a la señora de costado. Cuando terminó de cambiarse y acomodarse las tetas postizas de la malla, la mujer sacó del monedero una tarjeta magnética igual a la que me habían dado a mí en la entrada y la metió en la ranura … ¡magic!

Ni bien la mujer salió del vestuario yo agarré mis cosas y, siempre disimulando (no sea cosa que las cámaras, watchers y todo el tipo de controladores que imaginaba mi paranoia de Normita me estuvieran observando), caminé hasta la punta opuesta del vestuario y metí la mochila adentro otro locker. Mi tarjeta magnética funcionó prefecto. Mi paranoia, no. Me fui a nadar temiendo que en cualquier momento alguien me tocara el hombro para cobrarme una multa por destruir los bienes del gimnasio.

Nadie me cobró ninguna multa. Cuando volví al vestuario la moneda ya no estaba atascada en la rendija. Alguien había logrado empujarla para adentro y se la veía (la cerradura era de plástico transparente), moviéndose suelta por el interior de la puerta…Cosas que no encajan… Todavía espero la mano amiga que me empuje para adentro de estos lares y poder moverme un poco suelta en esta tierra que definitivamente no está hecha a mi medida.

4 comentarios:

Maga E. dijo...

porqué parece que todo el tiempo que la estas pasando mal? me equivoco?

Maga E. dijo...

perdón, quise decir: que parece todo el tiempo que la estas pasando mal! ahí va!

Tamara Till dijo...

Hola mega e,
A veces la paso mal, otras no. Según la época, la circunstancia y la ciudad. Vos cachaste la ciudad del desasosiego. Pero hubo antes y hay después.
Saludos!

Tamara Till dijo...

Perdón, quise decir maga e! Ahí va yo también